Todo lo secreto nos atrae, naturalmente. Buscamos saber los secretos de todo del mundo, incluso los propios. Queremos saber qué es lo que hace latir a nuestros más cercanos del mismo modo que queremos conocer la vida secreta de personajes famosos, de artistas y escritores. Quizás porque entra dentro de lo inaccesible o prohibido, nos atraiga tanto conocer los secretos de los demás. Quizás venga con nosotros al nacer. En cierto modo somos un secreto para nuestros padres, aunque nos vean en la ecografía. Ven el negativo de la foto, pero hasta el propio nacimiento somos un misterio, rodeado de fantasías y miedos. Aunque muchas madres lo nieguen, en el fondo sienten miedo porque no conocen el secreto que es ese niño que no han efectivamente visto.
Sí, el secreto. Hay cosas que es mejor que nadie sepa. Hay cosas que jamás contaremos a nadie. Hay cosas que jamas nos contarán. Todos tenemos secretos. El secreto nos persigue y al mismo tiempo nos libera de tener que enfrentarnos a nuestros temores y fantasmas. A veces quisiéramos olvidar nuestros secretos. A veces nos olvidamos de lo que queríamos ocultar. El secreto, un arma de doble filo, que corta en ambas direcciones: al dueño del secreto y al que lo descubre. ¿Cuál es tu secreto? ¿Cuál es el secreto que se esconde en cada poema? ¿Cuál secreto es el alma mater de cada libro, de cada obra, de cada escena? Sí, hay secretos que es mejor no descubrir.
lunes, 23 de junio de 2008
viernes, 13 de junio de 2008
despacio a otro espacio
voy a soportar mi tristeza bajo los árboles
despacio me iré transportando en su sombra santa
no haré preguntas a sus silbidos
ni contestaré a su silencio frutal
voy a amanecer bajo sus ramas
cerraré mis ojos con sus ojos
y lameré su corteza con su lengua
despacio me iré transformando
en su vértigo vertical
despacio me iré transportando en su sombra santa
no haré preguntas a sus silbidos
ni contestaré a su silencio frutal
voy a amanecer bajo sus ramas
cerraré mis ojos
y lameré su corteza con su lengua
despacio me iré transformando
en su vértigo vertical
miércoles, 11 de junio de 2008
interludio VIII
Lo que me gusta de escribir es la soledad llanamente. Sin embargo, extraño aquellas épocas cuando tocaba mi instrumento, dígase guitarra, y escribía mis canciones. Extraño la música, las notas, me pican las ganas de volver a tocar. ¿Por qué somos así de contradictorios?¿Por qué cuando cantamos queremos escribir y cuando escribimos añoramos cantar y tocar la guitarra? Es mi ejemplo personal, claro. Pero no sé, me parte la nostalgia estos días más que en otros meses. No sé si será porque estoy escuchando a Luis Alberto Spinetta y a Soda Stereo, si será porque estoy melancólica a secas (sí, ya sé, es diferente la melancolía de la nostalgia pero yo las sufro simultáneamente, temperamento artístico dirán ustedes.) En fin, en definitiva. Que estoy con los achaques de la melancolía y la nostalgia. ¿No me recomiendan un Soma? ¿Alguien sabe cómo se hace para bancarse semejante compañía? Es igual. La noche es mi mejor amiga (ya que mi perro está del otro lado del océano, dígase, Atlántico). Es que tampoco me salen los versos. No es que tenga la cabeza llena de ideas fantásticas que las puedo plasmar en un papel. No es que este estado anímico, del alma, se pase pronto. Es que uno es, y lo digo con pesar, como uno es. Es como que lo llevamos en los genes, en la invisibilidad que transportamos a diario. Somos cuerpos-casas andantes como esos cascarudos que avanzan por la vereda. No sé. Quizás leer a nuestros "padres" ayude como a Rimbaud, Baudelaire, Vallejo, Woolf, Plath. No sé. Quizás escuchar a los poetas del rock también.
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martes, 10 de junio de 2008
interludio VII
Es difícil separar lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo. Eso de encontrar una aguja en un pajar me recuerda muchas veces lo difícil que es hallar un buen poema entre los cientos que escribimos. Pero esto es aplicable a todas las áreas de nuestra vida. ¿No nos cuesta un montón discriminar? ¿No nos cuesta un montón saber distinguir? Sobre todo bucear en nuestro interior y en el interior de nuestros seres más cercanos. A veces es más fácil ayudar al que está a mil kilómetros de distancia y en cambio al que tenemos al lado ni lo vemos. Pero qué digo, es que ni miramos al que tenemos al lado! Le pasamos al lado como si fuera invisible. Y me refiero realmente a los que tenemos muy al lado. Sí, tenemos que dar el salto. Salir de nuestra ceguera. La misma que nos impide ver un buen poema, distinguir una buena canción, apreciar una obra plástica. Del mismo modo, tenemos que salir hacia afuera para ver. No podemos estancarnos para siempre en nuestra angustia interior. Porque aunque cada uno cargue con su cruz, al menos tratemos de darle una mano al que lleva esa cruz que nosotros nunca podremos cargar. Separemos la paja del trigo. Hilemos juntos este telar, este texto. Escribamos las palabras más viejas y las más nuevas. Abramos los ojos, quitemos esta ceguera. Es difícil separar lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo...
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